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Testamento

Tal vez porque la he visto
tan de cerca
(tanto que, finalmente,
era casi una vieja conocida
dudando entre quedarse o darme tregua),
ya no temo a la muerte.

Temo en cambio al camino recorrido
cuando llegue el momento, y me pregunto
qué quedará en el mundo
de mi acción, mi omisión,
mis palabras, mis dudas, mis silencios.

Así, en pleno dominio (o eso dicen)
de mi mente y mis actos,
quiero expresar mis voluntades últimas:

A los que me quisieron
les dejo las sonrisas y los guiños,
los ratos cómplices, las risas compartidas
y mi agradecimiento.

A los que me ignoraron
les quedará sin más la incertidumbre
de si tratarme merecería la pena.

A aquellos que me odiaron (hubo alguno)
les dejo su rencor y su amargura
y la tranquilidad de mi conciencia.

A ti, mi amor, te lego
madrugadas dormidas en tu espalda;
el olor a café de las mañanas;
las confidencias íntimas, las horas
llenas de ti y de mí;
los candelabros hechos
de jazmín y romero
y de deseo;
las caricias prohibidas, los secretos
y los versos de miel.

Finalmente, a mi sangre
más intensa y más cálida, a mis hijos
les dejo mil momentos, mil historias
de finales abiertos;
noches en vela, magia,
besos sin causa, abrazos sin motivo
y todo lo que no puede comprarse.
Y para cuando vengan
malos tiempos, montañas escarpadas,
les lego la constancia, la paciencia,
mis errores sin fin y mis caídas
(con todas sus lecciones)…
pero principalmente las trincheras,
la bandera, la plaza inconquistable
de su propia alegría.
Vosotros, hijos míos,
conservad mi posesión más útil:
tomad
mis alas.

Canjáyar, agosto de 2014
Luisa María García Velasco

En obras

Soy consciente de que en la colocación de mis cimientos se puso mucho amor.

Quizá fue eso lo que, en principio, decidió muchas de las características del
edificio en que me convertiría después. Eso y el cuidado con el que luego se
fue colocando cada ladrillo, cada ventana, cada azulejo.

Crecí durante un tiempo. Varias plantas en total. Pero, curiosamente, nunca
quisieron ponerme tejado. Dejaron siempre abierta la posibilidad de un ladrillo
más, de un tabique más, de una planta más. Lo aprecio y lo agradezco. Y
trato de aprovechar esa oportunidad que se me da. Vivo aspirando a crecer,
preparada cada día para un centímetro más de cielo.

Me gusta la luz. Probablemente porque, ya desde el principio, me diseñaron
con cientos de ventanas y puertas y balcones. Me acostumbraron a dejarlos
todos abiertos. Por esa razón, supongo, decidísteis visitarme tantos de
vosotros. Uno se tomaba un café en la planta baja, otro se sentaba en el salón,
otro ponía unas flores en el recibidor; éste traía música, aquel un librito de
poemas… Y me habitué a sentirme a gusto frecuentada por una muchedumbre
que entraba y salía y que no podía ser más diversa, más heterogénea. Pensé
a menudo en lo radicalmente diferentes que sois todos. En lo heterogéneo
de esa multitud. Me preguntaba qué característica común podíais compartir.
Supongo que la respuesta es que todos poseeis la misma calidad humana.
Concluí que todo lo demás, todo lo que os diferencia, es secundario.

Esa variedad vuestra me enriquecía asombrosamente. Pude aprender mucho
de todos vosotros. Y abrí mis puertas y ventanas y balcones más, si cabe,
agradecida por lo que me enseñábais cada día.

Cuando detectaron un problema importante en mi estructura me tembló, lo
confieso, cada centímetro. Finalmente asumí lo que se avecinaba. Las obras
de restauración comenzaron enseguida, por lo urgente del caso. Cuando
el equipo de obreros atacó estas vigas y los muros de carga creí que iba a
desfallecer, que me iban a faltar las fuerzas, que no iba a poder con esto.
Después vino un alivio transitorio de un par de semanas en las que pude
recomponer los tabiques y respirar hondo. Mientras tanto, mi aspecto externo
también comenzó a deteriorarse. Vi con impotencia cómo caían las capas de
pintura, cómo se desmoronaba la fachada, cómo se llenaban mis estancias de
polvo y de escombros.

Entonces ocurrió. Comenzásteis a llegar de todas direcciones, desde todos
los puntos, desde todas las distancias. Los más cercanos, los más lejanos.
Aquellos a los que había visto el día antes y otros de los que no sabía nada
desde hacía veinte años. Todos. Todos.

Contemplé estupefacta cómo, con asombrosa rapidez, os íbais convirtiendo
en piezas de un andamiaje sólido y firme. Como movidos por una coreografía
no prevista me rodeásteis perfecta y eficazmente. Cada uno ocupó su lugar
en la estructura, y todos resultásteis imprescindibles: desde las piezas más
grandes que soportaban carga hasta las más pequeñas que se necesitaban
para encajar uniones imposibles. Pronto me encontré sujeta por una estructura
férrea donde no había un hueco ni una falla.

Fue cuando supe, con toda certeza, que no iba a derrumbarme.

Aún quedan unos meses de obras. Aún os voy a necesitar una temporada.
Pero pronto, antes de que todos nos demos cuenta, estaremos dando los
últimos retoques a la pintura de la fachada, limpiando los suelos, acicalando
todas las estancias. Y entonces, amigos míos, celebraremos una jornada de
puertas abiertas a la que estáis todos invitados. Y brindaremos por el mejor
andamio que ha existido nunca.

Gracias.
Besos de este edificio, vuestra casa.

Canjáyar, 15 de abril de 2012
Luisa María García Velasco.

A toda lentitud

 

A toda lentitud, a toda vela

de un barco de sosiego, el mar en calma,

respiro, el pecho ingrávido, y el alma

dormida en el reflejo de mi estela.

 

A todo reposar, a toda pausa,

bebo a sorbos pequeños, con medida,

el elixir precioso de la vida

que destilan las horas. Y sin causa,

 

sin razón aparente, me conmueven

un insecto en el patio, un brote verde,

un acorde, un email inesperado.

 

A toda paz. La placidez me mueve.

Y dichosa, como el que nada pierde,

disfruto el tramo nuevo y el ya andado.

Canjáyar, 10 de febrero de 2012

Tercetos

 

La vida se presenta y me despoja

de pétalos y ramas, de colores,

de juventud. Pausado, se deshoja

este tronco que soy, entre dolores

mitad de parto, la otra mitad de duelo.

 

No me asusto. No tiemblo. Sé que hay flores

que a medida que pierden luz (y pelo)

desarrollan las alas. Y que entonces,

más hermosas que nunca, alzan el vuelo.

 

El Río

Yo sé que hasta el desvío más viejo de la historia
prefiere la memoria del río a la del puente.

Jose María López Medina

Cuando Elsa nació, las maderas ya estaban preparadas.

Antes de que comenzara a andar, sus padres se habían adelantado a necesidades futuras y habían construido los primeros metros. No fue hasta unos meses después cuando se hizo evidente que Elsa no podría caminar nunca. Pero ni siquiera eso fue un obstáculo. Construyeron una silla de ruedas especialmente para ella. La almohadillaron para procurar que estuviera cómoda y para evitar posibles accidentes. Y la llevaron hasta el extremo de aquel puente, el primero de su corta y delicada vida.
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Hierbabuena

Hace unos meses compartí con vosotros un soneto que pretendía ser una arenga para movilizar nuestras filas (empezando por mí, esta soldado que escribe). Una llamada a sacudir de nuestra espalda la rutina, a salir de la formación, a huir por una vez del orden, del sendero seguro pero a veces excesivamente estrecho. Mudanza defendía la apuesta por lo imprevisible, lo desconocido. La proposición era arriesgada, cierto, pero no me negaréis que también infinitamente más rica e inagotable.
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Cajas chinas

No podía creer que fuera él. Qué casualidad.

-¿Eres tú, K.? ¿Te acuerdas de mí?
-Claro que sí. ¿Qué tal estás?
-Muy bien, muy contenta de verte. ¡Es increíble! ¿Qué te trae por aquí? ¿Trabajo?
-Conciertos. Pero además vivo muy cerca.
-¿En serio?

Era de noche. Estábamos en una especie de plaza sumida en semioscuridad, muy parecida al recuerdo que tengo del solar que había enfrente de mi casa cuando era niña. Había una serie de formas de colores en el suelo, que en mis recuerdos era simplemente de tierra. Al principio pensé que se trataba de dibujos realizados a base de arena coloreada. Después me di cuenta de que tenía que ser algo mucho más permanente y más resistente también, porque una chica saltaba sobre las imágenes. Era como jugar a la rayuela en color y a lo grande, como un tablero de juegos para fichas humanas.

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A palos (de ciego)

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cartel

Hace unas semanas, Jose (josemalo) y yo (Luisa) decidimos embarcarnos en una aventura creativa: escribir, por primera vez en nuestra vida, letras flamencas. Como estímulo teníamos la convocatoria del III Concurso de Letras Flamencas «Francisco Moreno Galván«, una iniciativa del Ayuntamiento de La Puebla de Cazalla (Sevilla) en homenaje al célebre pintor y poeta que da nombre al certamen. La idea nos pareció muy sugerente y nos pusimos a trabajar. Al cabo de varias semanas de intensa experiencia creativa, de risas, de riñas (…“¡pero chiquillaaaaaa! ¿cómo me rompes la rima consonante al finaaaaal?”- “Si es que eres un talibán… ¡Que no tiene por qué tener todo rima consonante, niño!”) habíamos elaborado a medias una colección de letras a la que llamamos «A Palos (de ciego)», y que firmamos como «Limón y hierbabuena», seudónimo que nos parecía muy andaluz, y que de alguna manera tuvo su origen en este blog, en el post Mudanza. Y enviamos las copias solicitadas en las bases, sin más expectativas reales que lo enriquecedora que había sido la simple experiencia de escribirlas…
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