En el mundo de la tecnología hay una regla básica que todo el mundo conoce: lo nuevo es más caro. A veces, las que menos desgraciadamente, esa diferencia de precio se encuentra justificada, y el nuevo producto cuenta con mejoras muy sensibles que legitiman el incremento. Otras en cambio el recién llegado está repleto de carencias, pero aún así logra el éxito merced a una hábil campaña de publicidad.
Podemos ver ejemplos de esta máxima continuamente en ordenadores, televisores, consolas, dispositivos portátiles de reproducción o almacenamiento… Sin embargo, últimamente hemos tenido ocasión de comprobar cómo también el mundo del cine se ha visto impregnado por la misma, aunque con una sutil diferencia: la mayoría de las novedades tecnológicas terminan bajando sus precios transcurrido un tiempo o con la llegada de la siguiente generación, lo cual dudo mucho que vaya a ocurrir en el caso del séptimo arte (si bien es cierto que son modelos de negocio totalmente distintos).
Así, de un tiempo a esta parte cada vez más películas se estrenan en 3D bajo la promesa de una inmersión y espectacularidad mucho mayores, a cambio, por supuesto, de un precio por entrada que puede llegar a aumentar incluso por encima del 40%.
El problema es que no creo en absoluto que la experiencia de ver una película en 3D, hoy por hoy, sea mejor que las tradicionales 2D, y de hecho me parece peor. Veo muchas zonas de la pantalla borrosas, no puedo recrearme en los planos de forma global, percibo la imagen más oscura y considero un engorro tener que llevar esas aparatosas y pesadas gafas. Me permito aclarar que voy al oftalmólogo con regularidad y mi salud ocular está fuera de toda duda.
Estos defectos se agravan aún más en aquellas películas que no son rodadas en 3D (es más caro), sino que son convertidas a posteriori mediante un proceso informático de dimensionalización, lo cual empobrece aún más las experiencia (el caso reciente más sangrante es el de «Furia de Titanes»). De hecho Michael Bay se ha negado a que dimensionalicen su próxima Transformers 3 (si mantiene la calidad de las dos primeras, debería negarse a que la estrenasen).
Hay que aclarar que esto del 3D no es en absoluto algo nuevo, y de hecho la primera película estrenada en este formato data de 1922. Desde entonces la industria ha continuado haciendo pruebas con esta tecnología, la cual, por diversos motivos (técnicos, económicos e incluso de salud de los espectadores), no había despegado nunca con la fuerza que lo está haciendo ahora.
Como conclusión, creo que el 3D no cuenta actualmente con un grado de desarrollo suficiente como para ser ofrecido al público. Esto no es más que una maniobra desesperada de la industria por atraer más gente a los cines y combatir la piratería, aún a costa de quemar precipitadamente un formato todavía sin perfeccionar. Pese a ello, el atractivo de la novedad y los acertados engranajes publicitarios han logrado que, por el momento, muy pocos espectadores perciban que el emperador está desnudo.