Hay tan pocas alegrías políticas que llevarse a la boca…
Las reglas de la industria electoral, como pasa con la agroalimentaria, privilegian la producción masiva de socialdemocracia transgénica, inolora e insípida, criada bajo plástico neoliberal en los euroinvernaderos ideológicos, empobreciendo la diversidad -garantía ecológica de supervivencia- y robando espacio a toda la saludable variedad de pensamientos alternativos que el mundo conoce, que a pesar de todo se resisten a su extinción, rescatados y reinventados en nuevas especies de intensos aromas y sabores en pequeños huertos periféricos de la sociedad.
Pero, con todo, cómo no alegrarse. La llegada del segundo plato francés del menú de la crisis, por así llamarla, promete, al menos antes de probarlo, sabores un poquito menos amargos. O eso dice en la nueva etiqueta del mismo frasco. Resuena a efecto Obama, pero en fin. Ojalá.
Entretanto, acá les dejo una pequeña pieza de fruta de un puesto callejero, una voz sorprendente, fresca y dulce y corpulenta y aromática y tersa y crujiente, en la tradición de la mejor cocina francesa.
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