Archive for the ‘Relatos’ Category

La marabunta, hoy

marabunta.
(De or. inc.).
1.f. Población masiva de ciertas hormigas migratorias, que devoran a su paso todo lo comestible que encuentran.
2. f. Conjunto de gente alborotada y tumultuosa.

 

El mejor modo de ahogar el lamento, me dijo por la noche, es el alboroto. Dentro del tumulto no hay tiempo para detenerse en sí mismo, y esto a veces es una ventaja. Te obliga, continuó explicando con lengua pastosa, a tocar al resto, a toparte con ellos, interaccionas. Y así te ves mejor. La soledad vendrá sola, pero, y bajó entonces la voz hasta el susurro, hay que ir y ver qué pasa allí, donde el resto. Avanzar. Tocar, tocar, tocar.

Palabras, palabras, palabras, respondí yo riendo, y brindamos por ello. Nuevas manchas surgieron en los pliegues de nuestras camisetas.

Aparatosamente, bajamos de la banqueta y nos fuimos.

A casa, hasta mañana.

Ayer.

El Río

Yo sé que hasta el desvío más viejo de la historia
prefiere la memoria del río a la del puente.

Jose María López Medina

Cuando Elsa nació, las maderas ya estaban preparadas.

Antes de que comenzara a andar, sus padres se habían adelantado a necesidades futuras y habían construido los primeros metros. No fue hasta unos meses después cuando se hizo evidente que Elsa no podría caminar nunca. Pero ni siquiera eso fue un obstáculo. Construyeron una silla de ruedas especialmente para ella. La almohadillaron para procurar que estuviera cómoda y para evitar posibles accidentes. Y la llevaron hasta el extremo de aquel puente, el primero de su corta y delicada vida.
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Cajas chinas

No podía creer que fuera él. Qué casualidad.

-¿Eres tú, K.? ¿Te acuerdas de mí?
-Claro que sí. ¿Qué tal estás?
-Muy bien, muy contenta de verte. ¡Es increíble! ¿Qué te trae por aquí? ¿Trabajo?
-Conciertos. Pero además vivo muy cerca.
-¿En serio?

Era de noche. Estábamos en una especie de plaza sumida en semioscuridad, muy parecida al recuerdo que tengo del solar que había enfrente de mi casa cuando era niña. Había una serie de formas de colores en el suelo, que en mis recuerdos era simplemente de tierra. Al principio pensé que se trataba de dibujos realizados a base de arena coloreada. Después me di cuenta de que tenía que ser algo mucho más permanente y más resistente también, porque una chica saltaba sobre las imágenes. Era como jugar a la rayuela en color y a lo grande, como un tablero de juegos para fichas humanas.

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Universo alternativo

El siguiente relato fue finalista hace unos años en un Certamen Internacional convocado por El País Literario. Está publicado en papel, en el volumen Novísimos junto con el relato ganador y los demás finalistas, pero el libro está ya agotado y el cuento no está disponible on-line. Hasta ahora.

 

 

Se sentó en la mecedora, junto a la cristalera. Como cada mañana se puso a contemplar el valle mientras amanecía. En camisón aún, sin zapatillas. Era ya primavera y le gustaba el contacto del suelo bajo sus pies descalzos. Tras la montaña se intuía, desperezándose, el primer albor. Vio tintarse el cielo de rojo e imaginó un clarín sangriento que anunciaba el día.

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Sueño kafkiano

Creative Commons License

Diversas investigaciones (…), utilizando determinadas metodologías y procedimientos, describen como graves y extremas las condiciones de exclusión residencial, segregación y ocupación de infraviviendas de los inmigrados.”

Fuegos artificiales, copas de champán, besos al aire que dejaban empalagosas estelas de perfume caro a ambos lados de mis mejillas. Escotes, perlas, trajes de Armani y de Dior, o de algún nuevo modisto de nombre impronunciable que hacía furor en New York últimamente. Todo el mundo empeñado en ser muy cool. Señores de etiqueta y de pelo engominado que hablaban por teléfonos móviles diminutos, casi hasta el extremo de desaparecer en sus manos; una muestra variada y ostentosa de IPods, de Iphones y de todos los Ips y gadgets imaginables sin los que, por supuesto, la vida no es posible hoy. En algún sitio había leído que cuando el varón actual despliega una amplia colección de aparatitos de tecnología avanzada lo hace para paliar su inseguridad personal y, fundamentalmente, sexual. Concluí que, si eso era cierto, aquella fiesta estaba llena de machos impotentes que se escondían bajo sonrisas blancas y piel dorada de rayos UVA. Fin de las campanadas. Feliz año Nuevo, inmerso en un Siglo Nuevo. En un Nuevo Milenio. Bienvenidos al futuro.

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La mudanza (microrrelato)

La escalera olía a orines. A pesar de la bombilla sucia y rala, que proyectaba una luz exigua, los desconchones de la pared eran visibles y descorazonadores. No había ascensor. Tuve que subir a pie hasta el cuarto piso. Y al olor a excrementos fueron sumándose otros en cada planta hasta completar un hedor de pucheros, de humedad, de miseria.
Dudé antes de llamar. El sitio no encajaba con lo exótico del anuncio que me había llevado hasta allí. Volví a leer el texto:

Vendo crisálida. Sólo para coleccionistas.
Envoltura de crisálida de mariposa. Vacía. Muy delicada. En buen estado. Colores preciosos, textura exquisita. Posibilidades decorativas o prácticas. Joya de colección. Muy inusual y rara.

No había timbre. Golpeé la puerta con los nudillos. Pasaron unos segundos antes de que un rostro de mujer se asomara, cauteloso, por la puerta entreabierta. Tenía un ojo amoratado. Sonreía.
-¿Sí?
-Vengo por lo del anuncio. La crisálida… -esgrimía frente a mí el trozo de periódico, torpemente, como acreditando mis palabras.
-Ah –con voz dulce-. Claro.
Abrió la puerta un poco más, se movió a un lado y apareció de nuevo, dejándome atónito.
-Es ésta. ¿Tiene dónde transportarla? Verá, me mudo y hay cosas que ya no necesito. Esto es algo de lo que quiero deshacerme –sonrió y, sin esperar respuesta, me tendió aquella cápsula enorme, tan alta como yo mismo. De pronto me vi sujetando un capullo de seda descomunal, de apariencia alarmantemente frágil a pesar de su tamaño. Con un guiño me despidió, sin aceptar ninguna oferta por mi parte, aduciendo que yo le parecía la persona adecuada.

Fue durante un instante casi infinitesimal. Se movió para cerrar la puerta y vi, prendidos de su espalda, reflejos fugaces de luz y transparencias apenas desplegándose en mitad de la penumbra.

 

Concurso de relatos sobre anuncios clasificados de tablondeanuncios.com.

La coraza del guerrero (cuento)

Había una vez, hace miles de años, un gran guerrero al que todo su pueblo admiraba por su valor y por su honestidad, por su inteligencia, pero sobre todo por su corazón generoso y bueno. Lo admiraban tanto, de hecho, que lo convirtieron en su rey, y durante varios años el guerrero gobernó aquel reino con prudencia y sabiduría.
Por desgracia, años más tarde las circunstancias lo obligaron a volver a hacer uso también de su coraje. El país entró en guerra con un país vecino y el rey, al frente de sus ejércitos, tuvo que marcharse a luchar en una guerra encarnizada.
Temerosos de perder a su monarca, los soldados lo revistieron de una coraza que lo protegiera de ataques enemigos. Así que salía cada jornada a luchar, sobre su caballo blanco, con la coraza puesta y rodeado de sus hombres, cualquiera de los cuales estaba dispuesto a dar la vida por él.

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Malabares

Comencé con dos platos en el aire. Despacio al principio, más rápido después… Puedo con más, pensé, y añadí otro. Y satisfecha por mi habilidad, decidí que podía con uno más. Con otro par incluso…

Diez horas o diez años después (yo misma había perdido la cuenta) me vi inmersa, aún no sé cómo, en la vorágine de hacer malabares con toda una vajilla. Me organizaba lanzando primero los platos de postre, y sin perder de vista los llanos corría a recoger los soperos, pendiente, cómo no, de las fuentes que entraban de tarde en tarde en órbita, de los vasos, de las copas. Más rápido, más rápido, sin fallar un segundo… Y así una vez, y otra.

Hasta la tarde T del día D. No sé ni si hacía sol, hacía años que había olvidado mirar por la ventana. Ocurrió la catástrofe, lo inevitable. Falló una pieza que rompió la maquinaria de mi rutina vertiginosa y sincronizada y perfecta. Y un momento después, sin transición, sin previo aviso, me vi sentada en el suelo rodeada de fragmentos de loza, de trozos de platos rotos.

La tarde T marcó el comienzo de mi vida. Recogí los pedazos despacito, recuperé el aliento, me levanté.

Y fui al aparador. Busqué la vajilla de lujo, la de las grandes ocasiones, la importante. Sólo dos platos, tres a los sumo. Los más bonitos, las joyas de mi colección. Únicamente ellos. Y los cogí con mimo. Nada de malabares esta vez. Busqué mi mecedora y me los puse en el regazo. Y me permití, durante un buen rato, acariciarlos, disfrutar su porcelana fina y de lo extraordinario de sus imágenes.

Y todo eso, por supuesto, con la ventana abierta. De par en par.

Felices S.A.

¡Felicidad!
¡Felicidad al peso! ¡Compre usted
una vida distinta, placentera,
relaciones sociales, autoestima
por kilos!

Le ofrecemos sonrisa tipo Hollywood.
¡Póngase tetas, oiga!
(Talla cien, ya que estamos. Sin miserias).
Silicona en los labios, las mejillas
retocadas con bótox
(un pelín en los pómulos dará
intelectualidad a su mirada.
Y sin leer un libro).
Un mentón prominente
gracias a los retoques oportunos
hará de usted una persona firme y decidida.

Le subimos los párpados, el culo
(por ende la libido),
y lo que necesite
por un módico precio
que podrá ir abonando en plazos cómodos.

Venga a vernos.

Retiramos lo viejo:
esas patas de gallo, esas arrugas,
michelines, barriga, celulitis,
lunares, manchas, quistes, cualquier seña
de identidad que tenga.
Vendemos bienestar y perfección
y eliminamos todo
lo que suponga, irremisiblemente,
una carga inservible para usted:
sus kilos, sus miserias,
sus pensamientos vanos,
su cerebro.

Tras los pasos de León: Sábado

Semana de penitencia

La miro a los ojos. Se abren como dos pozos negros a los que estoy a punto de abocarme y justo entonces me toma de la mano y tira de mí violentamente.
-¡Rápido! ¡Han sido ellos! ¡Lo tienen!
Corremos desesperadamente por los pasillos del hospital, el ascensor (¡no! ¡No es seguro! –me grita ella), las diferentes salas, la puerta principal. Me falta el aire y me planto en la escalinata de la puerta, mis manos apoyadas en los muslos para tratar de recuperarme.
-¿Me vas a explicar qué coño pasa? ¿Por qué corremos? ¿De qué estás hablando?
-León, la Cofradía… Son ellos. Lo tienen. Estoy perdida. Read On…